Claramente no vengo a
dar clases de astronomía, pero me ha parecido interesante el significado de la
palabra satélite. Está claro que no podemos concebir el universo sin planetas,
ni a los planetas sin satélites. Sí, algunos de vosotros pensaréis que miles de
millones de planetas en el universo orbitan en perfecta armonía sin ningún
satélite que los acompañe, pero decidme: ¿no es triste mirar al cielo de noche y
no ver nada?
Pues el amor es algo
parecido a eso. Sabiendo que en el espacio pueden pasar las cosas más
increíbles que los ojos puedan haber captado jamás. Hay astros que se salen de
sus órbitas, planetas que se acercan a su final, planetas que son destruidos
por la acción de sus propios satélites o viceversa, y otros que flotan en la
inmensidad del espacio con total normalidad. Pues es a esto último a lo que me
refiero. Satélite es ese compañero/a que te sigue a cualquier lugar, es ese ojo
que conoce cualquier sitio inhóspito en tu superficie, ese amigo que siente
cualquier catástrofe en tu mundo, o esa persona en la que somos capaces de
quedarnos mirando toda la noche, y que tras despertar buscamos con ahínco para
saber a dónde escapó.
Esa luna que alrededor
de estos planetas orbita hace que se remuevan todas sus aguas, e incluso que no
dejen de atraerse con una fuerza inagotable durante toda su vida. Es bonito
saber que cada vez que levanta el vuelo a nuestro cielo es para dejarnos
admirarla durante horas, y permitiéndonos pensar como sería caminar por su
suelo, como una fantasía que se hiciese realidad cada vez que la noche permite
ver un escenario tan mágico.
Todos anhelamos una luna
a nuestro lado, así que esos planetas que vagan en el universo con una noche
tan oscura, sin ningún satélite que complemente a esas miles de estrellas, que
se abstengan de decir que lo que digo es una pura equivocación porque simplemente
es la verdad astronómica que rodea al amor.
Tan
lejana en el día, pero una fiel compañera de noche que nadie jamás dudó en
admirar.
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